sábado, 6 de noviembre de 2010

la cara del diablo

Crítica de ‘Las Caras del Diablo’
Nuevamente, Roberto Franchi (@Roberto1Franchi) y Arnaldo Espinoza (@Naldoxx), se unen para opinar sobre las nuevas películas que la cartelera venezolana ofrece. En este caso, se trata del cine nacional: Las Caras del Diablo.

El diablo tiene cara de éxito independiente

@Roberto1Franchi
Fuimos a ver Las Caras del Diablo con prejuicios ya marcados. Las películas venezolanas este año – a mi humilde opinión – no han dado la talla, a pesar de las mil discusiones que he tenido con la gente sobre Subhysteria y Hermano. Unos vinos blancos, tintos y jamón serrano hicieron que la calurosa espera en el Tolón no fuera tan grave.
Se trata de un proyecto que no cuenta con capital. Una camioneta puede llegar a costar más de lo que costó hacer esta película, sin embargo, raspando la olla, lograron hacerla demostrando que se pueden hacer cintas independientes, con bajos costos y buenas ideas.
Criticaba en otras oportunidades las películas monotemáticas que se hacían en el país. Con orgullo puedo decir que Las Caras del Diablo escapa completamente de la fórmula nacional donde el barrio y las drogas son la clave del éxito, y la única fuente de cultura que ofrecen las calles de este país.
El tráfico de menores viene siendo el tema principal para después mostrarnos problemas cotidianos que todos conocemos ya por ser continuas víctimas del caos social y familiar, o la corrupción en el sistema que, si bien son protagonistas claves en Venezuela, están presentes en cualquier parte del mundo.
Tiene sus influencias y rasgos característicos en películas como Taken o Man on Fire, pero en este caso es Jean Paul Leroux el héroe incomprendido que ha tenido bajones en su trabajo a causas de fantasmas sin resolver del pasado, y que buscará la justicia a toda costa, haciendo pagar a quien tiene que pagar.
El guión establece esta crítica al sistema y a la viveza nacional de una perfecta manera. No cae en ningún momento en la exageración de las situaciones como ya nos tienen acostumbrados las películas hechas en casa cuando llevan al extremo este recurso.
La estética sigue los lineamientos del cine guerrilla, con un tratamiento fresco pero muy orientado a los días de Archivo Criminal, al punto que puede llegar a ser tedioso. De igual manera el sonido, en determinados momentos, imposibilita entender con facilidad los diálogos de los personajes, y la musicalización llega a descontextualizar la historia; son detalles de post producción, que demuestran la independencia del proyecto.
Las actuaciones son un problema en todas las películas que se hacen aquí. Esas interpretaciones novelescas y teatreras se alejan completamente de la realidad al punto de no convencer en muchas escenas, y de recrear momentos exagerados donde no tienen que serlo. Clase aparte para Leroux, quien nuevamente demuestra que es uno de los actores de cine más creíbles en Venezuela.
Es una película interesante, con un tema fuerte que no pierde vigencia y que merece ser vista y reconocida. Buena propuesta para el fin de semana, y una muestra más de que el cine independiente sigue cogiendo ritmo. Abierto allá abajo el debate. Véanla y nos vemos en los comentarios.

El cine venezolano sigue mostrando su buena cara

@Naldoxx
Sin duda, 2010 ha significado un punto de inflexión en el cine venezolano. A tantas buenas propuestas locales, como Hermano y Habana Eva, se les une un thriller policial que, aunque recuerda a la otra época dorada de la filmografía local, está suficientemente cimentada en el presente. Las Caras del Diablo, última cinta de Carlos Daniel Malavé (Por un Polvo), regresa a los cangrejos, las comisarías y las persecuciones, con un claro mensaje sobre la sociedad actual.
Malavé cuenta la historia de Pedro Ramírez (Jean Paul Leroux), un sub-inspector obsesionado por el crimen sin resolver de una menor de edad. Tres años después recibe la terrible noticia de que su hija, Sarah (Valentina Mammarella), ha sido secuestrada en circunstancias similares, lo que desatará en él una búsqueda implacable para dar con el criminal.
Es un Ramírez que se ha deteriorado desde que ángela Giménez fue descubierta con claros signos de violación en un cerro de la capital. De un policía de buen carácter y echador de broma se ha convertido en un personaje gris, gruñon. Hasta el tono de la piel le ha cambiado. El Ramírez del presente es un hombre amargado, sensible a la crítica (“¡No me jodas!” responde ante su in inente transferencia a un puesto administrativo) pero inmune a muchas otras circunstancias.
Cuando ocurre el rapto de Sarah, Ramírez descubre por carambola que su esposa, Paula (María Fernanda León), lo engaña. Eso no es importante, lo único importante es encontrar a su hija. Se hace personal cuando descubre los nexos entre este acto y la muerte de la pequeña Ángela hace tres años. El propio Malavé admite que es un homenaje, con todas las limitaciones presupuestarias, al cine de Chalbaud. Y un buen homenaje.
Leroux convence en su actuación -a pesar de los silencios típicos del cine guerrilla, donde los actores construyen todos los diálogos a partir de una pequeña escaleta- tanto porque el papel le favorece físicamente como porque parece ponerle el alma al personaje. El resto de los personajes apenas si tiene tiempo para desarrollarse, aunque uno de los compañeros de la policía, Osorio (líder de la investigación del caso Sarah) no pasa del cliché del “paco” venezolano.
El mensaje de la cinta es claro en dos sentidos: que existe una creciente problemática con la pornografía y el abuso infantil -impulsada por internet- y que en Venezuela todo se resuelve a “realazo limpio”. No hay órdenes de cateo, no hay informantes gratis. Lo que hay es billete parejo para entrar a requisar un hotel, buscar un dato en la Libertador o entrevistarse con el dueño de un bar. Un reflejo del país que -afortunadamente- también sale del barrio y se adentra en otros mundos que conviven en esta Caracas de principios del siglo XXI.
Tal vez uno de sus puntos flojos es el score, que a veces parece ralentizar las escenas de acción. León parece sobreactuar en algunas escenas, pero n oes nada que incomode al espectador. Las Caras del Diablo se convierte entonces en otra anotación para el cine venezolano, que ha vivido un 2010 de película

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